


Durante pocos horas me siento afortunada. Ya no soy una espectadora más, soy parte de la ciudad, la puedo sentir y estando ya en la calle puedo ver por fin la realidad: Bogotá no es cálida, independientemente del sol, el frío es penetrante y fuerte. Bogotá no es silenciosa, hay bulla, hay tráfico y sonidos ensordecedores. La capital no es una ciudad relajante, la gente es acelerada y a veces fría. Aún así, me gusta la ciudad.
Esas pocas horas que disfruto de la ciudad me hacen dar cuenta que no quiero una ciudad soñada, no quiero esa ciudad que a 10 pisos de altura todo sea paz y tranquilidad, donde no pasa nada y todo está tal y como debería estar.
Es cierto, Bogotá es un caos, pero así me gusta, me gusta vivir aquí y extraño sentirla y extraño recorrerla. A 10 pisos de altura me doy cuenta de lo atrayente que es la capital. Es paradójico, no es la ciudad ideal, es más puede ser hasta enloquecedora, pero no la cambiaría por nada. ¿Cuál será su encanto un tanto misterioso?